Ingrese al bar más feo, con los hombres más borrachos que jamás he visto antes, pero antes de hacerlo me detuve a pensar si estaría bien dar un paso para que ellos me acompañaran o yo a ellos, quién sabe, el hecho fue que como puedan imaginarse, lo hice. Ya estaba dentro del compartimiento con muchos desconocidos, todos bebiendo, la mayoría con sus corazones rotos al igual que su mente y su memoria, todos eran solo unos bultos de cemento sin ida ni venida, estaban allí porque su autobús los había enviado hasta ese paradero, era su última estación; más sin embargo yo no andaba allí por ello, mi razón era que en este establo había la más hermosa mesa de billar, con sus bolas brillantes de colores, hechas de mármol, que además incluían numeritos.
Inmediatamente, seguí directo hacia la pared donde colgaba una estantería de palos, palos largo y pesados que eran de madera, una madera fina, así que tome uno de ellos, en la punta lo empape de polvo azul que es parecida a la tiza de tablero de escuela y mi dedos quedaron azules de igual manera, me dirigí a tomar un triángulo equilátero para organizar las bolas de colores y números... Las ordene, por números, ascendiente, y en la punta estaba en número uno, como siempre el primero es el de menor precio y con el color más feo, un amarillo feo y espantoso, así que quite en triángulo, tome de nuevo en mis manos el palo largo que había dejado al pie de la mesa de billar verde, y proseguí a tomar forma para el golpe final... me encogí de espalda, cruce mis dedos idiotamente, golpeé con el palo fuertemente aquella única bola blanca sin color y le di tan fuerte aquella primera bola estúpida fue cayendo fugazmente en el drenaje de esa mesa. Lo mejor de todo es que no solo iba ella, también se fueron otras bolas brillantes y espurias, bolas insignificantes cuyos valores no serian, si no fuese de mármol.

No hay comentarios:
Publicar un comentario